Madrid 11.0


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El intento de poner orden en sus pensamientos le hizo perder la noción del tiempo, y si no fuera porque su iPhone empezó a sonar, no hubiera salido de aquel trance.

Apuró la taza de café, frío ya después de casi dos horas, se levantó y atendió la llamada. Era María.

– Hola guapísima. Buenos días. –

– Hola Vinc. Gracias por el piropo, aunque si me vieras ahora mismo no me lo dirías. –

– No lo creo. Qué ocurre, te noto seria. ¿Te has levantado con el pie izquierdo o es que llevas un mal día en el trabajo? –

– Pues yo diría que ambas cosas. El teléfono no deja de sonar y además tengo una montaña de papeles en mi mesa que casi no se me ve, como si estuviera enterrada en vida. – Bromeó María intentando quitarle hierro al asunto. – Estoy deseando que den las tres y poder largarme. –

– Entiendo. Pues se me acaba de ocurrir algo que a lo mejor te anime un poco. ¿Qué te parece si te recojo de la oficina, te acompaño a casa, metes unas cuantas cosas en ‘una bolsa’ y nos vamos para Atocha? –

– ¿Atocha? – Respondió María un tanto descolocada – ¿Te refieres a la estación de trenes– 

– Exacto. Si no tienes planes para este fin de semana, podríamos coger el primer AVE con plazas disponibles y perdernos por Sevilla. –

– Vaya, que propuesta más inesperada. ¿Y cómo qué te ha dado por ahí? – Dijo ella intentado encajar el ofrecimiento.

– Pues no se. Es una ciudad que siempre he querido conocer y me apetece, aún más si vienes conmigo. Pero también te digo que mi invitación no pretende causar ninguna alteración a tus posibles compromisos. Si tienes cosas que hacer, no te viene bien o simplemente no te apetece lo dejamos para otra ocasión. –

– ¡Para nada! Claro que me apetece, me parece una idea genial, lo que pasa es que no me lo esperaba. La verdad es que me vendría de perlas alejarme un poco de la capital, y Sevilla es una buenísima opción. Aunque otra cosa si te digo, y es que no podré hacer de cicerone, ya que sólo he estado una vez y hace ya bastantes años. –

– ¿Hacer de qué? – Ahora era Vincent el que se había quedado descolocado. –

– De cicerone. – María soltó una carcajada y le explicó que aquel era un antiguo término que se empleaba para definir a un guía turístico.

– Interesante. – Respondió él. – No te preocupes, ya nos apañaremos. Te recojo a las tres. –

– Deseando estoy… –


G. Sayah


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