G. Sayah
un rincón donde compartir historias…
G. Sayah
Hablar de muertos vivientes no era precisamente un tema que ocupara sus conversaciones y pensamientos, pero si lo era la muerte en si. El temor de que le llegara la hora era algo que invadía todo su ser. Sobre todo, que se presentara antes de tiempo, eso le hacía cagarse en los pantalones. Caía la noche y la sensación de que la parca iba a llamar a su puerta le provocaba un temblor y un desasosiego que traspasaba la frontera del miedo. Como a casi todo el mundo le costaba aceptar que tarde o temprano recibiría su visita…
G. Sayah
Relato 110.0
Ríos desbordantes
inundan los acerados,
hormigonados y sucios.
Gente en las calles…
Una suciedad aparentemente quieta, pero que aparece y desaparece como por arte de magia, al igual que ellos, nosotros. De la casa al trabajo, del trabajo a casa, con una efímera visita al Deli de la esquina para hacernos con algo de comida.
Dejamos por el camino un reguero de polución que la urbe ya no puede absorber en su totalidad pese a sus titánicos esfuerzos.
Ora grandes bolsas de desperdicios se amontonan, ora estas son retiradas por brillantes brigadistas de recogida de residuos.
Mientras, encarcelados estamos en nuestras vidas, prisiones personales. Dormimos, nos despertamos, damos los primeros pasos del día, conducimos, esperamos rutinariamente a que llegue el metro, picamos la entrada en los centros de concentración humana a los que eufemísticamente llamamos ‘trabajos’, vaya palabreja, en pos de un mísero sueldo que nos dé para el alquiler, picamos la salida buscando una evasión que no llega, ni llegará, anhelando al menos un futuro ‘weekend’ que nos dé un respiro, viendo el partido, tomando unas copas… un paréntesis que la ciudad si nos puede brindar en forma y modo de arquitectura evasiva, mastodóntica, que nos tiene atrapado, sin cerciorarnos del círculo vicioso al que estamos sometidos, que como bien representa Uróboros, cíclicamente no tiene fin…
G. Sayah
Leer nos enriquece la vida. Con el libro volamos a otras épocas y otros paisajes; aprendemos el mundo, vivimos la pasión o la melancolía. La palabra fomenta nuestra imaginación: leyendo inventamos lo que no vemos, nos hacemos creadores.
Ahora nos gritan que vale más la imagen y con la televisión, la primera escuela, se inculcan a los niños, antes que hablen, los dos desafueros del sistema: la violencia y el consumo. Con esas cadenas el poder político y el económico nos educan para ciudadanos pasivos, sin imaginación porque siempre es peligrosa para los poderes establecidos. Y ante esas imágenes carecemos de voz: no tenemos medios para televisar contrariamente mensajes de tolerancia y de sensatez.
Hace cinco siglo la imprenta nos libró de la ignorancia llevando a todos el saber y las ideas. El alfabeto fomentó el pensamiento libre y la imaginación: por eso ahora nos quieren analfabetos. Frente a las imágenes impuestas necesitamos más que nunca el ejercicio de la palabra, siempre a nuestro alcance. El libro, que enseña y conmueve, es además ahora el mensajero de nuestra voz y la defensa para pensar con libertad.
José Luis Sampedro
El valor de la palabra
G. Sayah
Reload 5.0
Trazos sobre un lienzo gastado.
Acción provocadora de una catarsis.
Tinta animada, una tesis,
un lugar de refugio encontrado.
A veces si, a veces no,
jalonan recuerdos perdidos
en la búsqueda de un destino,
‘satisfecho’ de su pasado.
G. Sayah
Reload 21.0
…Y la mesa estaba llena de libros. Así terminaba la última novela que cayó en mis manos. Ésta versaba sobre la relación apasionada y adicta de Adrián por la lectura, refugio del protagonista de ficción en el que no podía evitar verse reflejado. Experimentaba una sensación de cierto paralelismo entre lo real de su existencia y la de Adrián, personaje libro-dependiente que como él, encontraba en cualquier escrito, ensayo, poema, artículo… una excusa para trasladarse a mundos diferentes y lejanos.
Sorpresa le causó hallar en páginas trazadas de tinta, cual obra pictórica escrita en lienzo, a un cómplice con el que se identificaba, llegando incluso a sentir una inevitable angustia por no poder establecer un diálogo presencial con aquel chico, cuya alma era casi gemela a la suya.
Se preguntaba si tendría la suerte de encontrar algún día a alguien como él, ¿o era él?, quién había saltado de entre las páginas de un libro para caer en las calles de una ciudad que poco le aportaba, ciudad de un país indigno y mísero, país de un mundo egoísta y cutre, cruel y despiadado, hipócrita e insolidario…
¿Podría algún día volver al interior de esas páginas de las que un día salió para no volver nunca jamás?
G. Sayah
Relato 109.0
La noche derramaba oscuridad sobre las callejuelas vacías y sucias de Manhattan, y esta, la isla perfecta, vigilaba atenta con exiguas farolas, desvencijadas y tristes, luchando por llevar luz a todos los rincones.
Esfuerzo vano,
intento ineficaz,
resultado sombrío
de una urbe tapada.
Ese negro azabache, bello en avenidas bellas, se hacía tenebroso en las calles, desagradable, mugriento, donde ratas y ‘no ratas’ pugnaban por un botín merecido a esas horas, un alijo envuelto en contenedores y cubos de basura deshonestos.
Las sombras eran testigos de dos historias, siempre son dos, las historias que marcan la línea, que trazan el camino, y el individuo en ocasiones tiene la oportunidad de consagrar su voluntad hacia cualquiera, ambas visibles, palpables, dispuestas a ofrecer una alternativa urbana…
G. Sayah