Relato 6.2


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El francotirador descolgó el teléfono de su despacho y llamó al equipo de limpieza.

– Hola Jordi. Soy Mario. Cómo va eso. Yo bien ¿Y tú? Me alegro. Bueno, te llamo porque tengo un trabajito para ti y tu grupo –

El jefe de Silvia ordenó a Jordi que buscaran cualquier vestigio de quién o quiénes habían pasado por el piso franco que en ese momento estaba utilizando aquella. Huellas, restos de ADN, residuos de cualquier tipo… algo que sirviera para identificar a los que estaban detrás de ese registro inesperado, repentino y posiblemente con consecuencias negativas para la agencia.

Mario era consciente de la gravedad del asunto, y su preocupación no era tanto por averiguar la identidad de los autores, que era importante y crucial , por supuesto, sino por el qué iban buscando, y sobre todo, cómo habían descubierto la presencia de una de sus mejores agentes.

Podía suponer que la vida de Silvia corría peligro, pero no quería precipitarse a la hora de tomar una decisión dentro del contexto en el que se encontraban ahora mismo. Esperaría a que Jordi le informara de sus pesquisas.

Hasta ese momento confiaba en que su discípula sabría cuidarse solita y pasaría inadvertida durante un tiempo prudencial.

Tampoco quería precipitarse a la hora de informar a sus superiores ni levantar demasiada polvareda, ya que su experiencia, autonomía y capacidad de trabajo hacían que la situación la tuviera bajo control y sin temor a que se le escapara de las manos – En muchas peores me he visto – De momento disponía de recursos suficientes para hacer frente a esta historia. Contaba con esa ventaja y tendría paciencia, a la vez que albergaba la esperanza de que se tratase de un vulgar robo o un simple allanamiento de cualquier caco de poca monta, lo que sería un mal menor, aunque se le antojaba altamente improbable…

Se disponía a decirle a su secretaria que le encargara algo para almorzar, comería en el despacho mientras cerraba un par de asuntos que tenía pendientes, cuando recibió la llamada de Jordi.

– Hola jefe. Ya hemos terminado. Si. Hemos sido rápidos, como siempre, pero sobre todo discretos y pulcros, aunque esta vez creo que no te va a gustar lo que tengo que decirte…


g-sayah


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– Lo que usted diga doctor Frankenstein – Cerró el libro incapaz de seguir leyendo. Sus pensamientos viajaban por otros derroteros…

…Un hombre sabio al que conoció hace tiempo le dijo – David, en esta vida, ineludiblemente, has de leerte dos novelas. Una rosa, en la que encontrarás todo lo agradable que aquella te depara. La otra es negra. Esta contiene lo malo, lo cruel, lo difícil y desagradable, lo que no queremos vivir, pero, que no evitaremos por más que lo intentemos –

El destino había hecho que David se viera inmerso en las páginas de la segunda demasiado pronto, dejándolo sin tiempo para poder ojear la primera.


g_sayah


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María no reparó en el sobre que había en el suelo, justo detrás de la puerta. Por suerte, fue Vincent quien entró primero, y con gran habilidad, de un sutil puntapié lo deslizó bajo el sillón que tenía a su izquierda.

Dejaron el exiguo equipaje en la entrada a la espera de ser deshechos más tarde.

– Voy a darme una ducha rápida. La necesito – Dijo María conforme se iba despojando de la ropa por el camino.

– Me parece perfecto. Yo voy a preparar café, o te apetece que bajemos a tomarlo –

– Nos lo tomamos aquí mejor, si no te importa, descansamos un poco y si tú quieres salimos a cenar –

– No se hable más, tus deseos y mi necesidad de complacerlos son pura sinergia para mi felicidad –

Después de que María saliera del baño, disfrutaron de dicho café. Vincent también quiso ducharse, pero no lo hizo hasta que terminaron de hacer el amor…


g_sayah


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Rachel y Eric compartían postre acompañado con sendas copas de vino, las cuales apuraban la segunda botella. La velada estaba siendo agradable y a ella se la veía relajada y muy animosa, posiblemente gracias al magnífico Burdeos.

Sonreía casi de manera permanente ante las anécdotas que Eric no paraba de contarle de su pasado, de esa parte de su vida en la que no se había visto amarrado por su trabajo o sus quehaceres pseudocorruptos. Se limitaba a recordar momentos de su infancia, de donde había crecido, de la universidad…

Una vez acabaron con la dulce sobremesa y el rojo brebaje pidieron un par de cafés, y prolongaron un poco más aquel momento que no dejaba de ser harto placentero. 

– Rachel, me gustaría aprovechar este momento para pedirte disculpas –

– ¿Disculpas? – Preguntó un tanto sorprendida y sin dejar a que éste pudiera terminar de explicarle el motivo. – Por qué has de pedirme disculpas. No tienes que hacerlo. Para nada. No veo causa alguna. Todo lo contrario, soy yo quien te agradece lo que has hecho por mí.

– En absoluto. Lo hice encantado, y lo volvería a hacer, pero déjame explicarte. Pienso que a lo mejor mi presencia aquí, además de cogerte por sorpresa, te ha podido dejar un tanto descolocada –

– Bueno, la verdad es que sí, un poco tal vez – Respondió Rachel sin dejar de esbozar una sonrisa irresistible.

– Pues a eso voy. No es mi intención incomodarte por haber venido. Lo pensé en el último momento, y aunque es cierto que mi escapada la había estado planeando desde hacía tiempo, me quedaba por decidir el destino para ir dando los primeros pasos de mi nueva vida. No quiero invadir tu intimidad, y a pesar de los años que hace que nos conocemos, mi comportamiento puede ser demasiado atrevido para contigo –

Rachel no entendía muy bien a dónde quería llegar Eric, por lo que fue directa al grano. – ¿Qué me estás intentando decir? –

– He pensado que no sería mala idea que compartamos estos momentos. Momentos en que los dos, por diferentes circunstancias, nos vemos obligados a empezar de nuevo… –


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