Cerró los ojos y sopló las velas. Pensó el deseo – que la sensación de ese instante producida por la oscuridad breve y reconfortante del momento, se convirtiera en un hecho permanente e infinito –
No ver a nadie, estar sola, lejos de todo, de la vulgaridad, de la monotonía, de la hipocresía, de todo cuanto odiaba y a la vez la rodeaba.
Una utopía, una quimera, un mundo donde vivir una vida menos amarga y ponzoñosa.
Una vida en un mundo cruel e injusto al que desde la pérdida de su amado esposo nada le unía. Cumpliría con su promesa para con él, iría en su búsqueda…
g-sayah