Fue un invierno especialmente duro, y no en lo referente a la climatología, que también, sino porque apenas hacía dos meses que había fallecido su mujer. Tardaría en asimilarlo, pensaba Ethan, es más tenía una honda y terrible sensación de que no lo haría.
John, su mejor amigo, le comentó un día que la muerte de un ser querido con el que estás habituado a convivir diariamente no se supera, sino que aprendes con el tiempo a llevarlo lo mejor posible, siempre estaría presente. – No hay otra – me decía, cuando ya habían transcurrido varios años desde que su padre falleció.
Anthony, que gran hombre. Todavía lo recuerdo sentado en su rincón de leer, como él lo llamaba, en un confortable sillón con una novela en sus manos bajo la tenue luz que le proporcionaba una vieja lámpara. Con una bufanda en el cuello y mirándome por encima de sus gafas negras. – ¿Un té Ethan? – Siempre me lo ofrecía con la condición de que yo le prepara el suyo, y como un ritual, compartíamos un rato de conversación, casi siempre en torno a la literatura o el cine.
De camino a la tienda de ultramarinos del pueblo, hacía mentalmente un esfuerzo por recordar qué compraría para rellenar el frigorífico. – Ya estamos otra vez – y es que no podía dejar de pensar en ella. Era Vanessa la que se encargaba de hacer la compra y cocinar. ¡Y como lo hacía! Era maravilloso, verla entre fogones y utensilios, destilando una pasión inusitada hacia los alimentos que elaboraba con tanto cariño. Todavía podía percibir esos aromas a especias de todo tipo con las que aderezaba sus comidas, que luego compartíamos juntos acompañadas de un buen vino.
Casi la convenzo para abrir un pequeño restaurante, donde serviríamos a pocos clientes, acogedor y familiar, con pocas mesas, disfrutando el uno del otro a la vez que dábamos rienda suelta a una de sus pasiones. Era un sueño, dejar nuestros respectivos trabajos y de esta forma pasar más tiempo juntos, que en el fondo era lo único que nos importaba.
De repente lo embargó un profundo sentimiento de tristeza y melancolía, y pensó que ella no querría verlo así.
No paró en la tienda, pasó de largo y se dirigió a casa. – Es hora de cumplir con uno de los sueños que nos propusimos. – Lo primero que hizo fue llamar a su amigo. – Hola John, cómo lo llevas. ¿Te importaría llevarme al aeropuerto? Si, ahora. Pues no lo se aún. Estupendo, en casa te espero.
Cogió su mochila donde metió una muda de ropa, el cargador de su iPhone, el Mac, una novela inacaba y su Moleskine.
Mientras esperaba a John, se sentó en una desvencijada mecedora que Vanessa restauró en su día y se fumó un cigarrillo mirando a su alrededor y pensando que con un poco de suerte tardaría en volver, es más, intentaría no hacerlo…
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