«Lorca, su impronta»

Ciencia sin raíces: pérdida de valores de un sistema que ha puesto la ciencia no al servicio del bienestar y del progreso armonioso del ser humano, sino de un sistema que desconoce los principios éticos y pisotea su dignidad: le desnaturaliza y le esclaviza.

(Nueva York, 1929)

«Dreams»

Fue un invierno especialmente duro, y no en lo referente a la climatología, que también, sino porque apenas hacía dos meses que había fallecido su mujer. Tardaría en asimilarlo, pensaba Ethan, es más tenía una honda y terrible sensación de que no lo haría.

John, su mejor amigo, le comentó un día que la muerte de un ser querido con el que estás habituado a convivir diariamente no se supera, sino que aprendes con el tiempo a llevarlo lo mejor posible, siempre estaría presente. – No hay otra – me decía, cuando ya habían transcurrido varios años desde que su padre falleció.

Anthony, que gran hombre. Todavía lo recuerdo sentado en su rincón de leer, como él lo llamaba, en un confortable sillón con una novela en sus manos bajo la tenue luz que le proporcionaba una vieja lámpara. Con una bufanda en el cuello y mirándome por encima de sus gafas negras. – ¿Un té Ethan? – Siempre me lo ofrecía con la condición de que yo le prepara el suyo, y como un ritual, compartíamos un rato de conversación, casi siempre en torno a la literatura o el cine.

De camino a la tienda de ultramarinos del pueblo, hacía mentalmente un esfuerzo por recordar qué compraría para rellenar el frigorífico. – Ya estamos otra vez – y es que no podía dejar de pensar en ella. Era Vanessa la que se encargaba de hacer la compra y cocinar. ¡Y como lo hacía! Era maravilloso, verla entre fogones y utensilios, destilando una pasión inusitada hacia los alimentos que elaboraba con tanto cariño. Todavía podía percibir esos aromas a especias de todo tipo con las que aderezaba sus comidas, que luego compartíamos juntos acompañadas de un buen vino.

Casi la convenzo para abrir un pequeño restaurante, donde serviríamos a pocos clientes, acogedor y familiar, con pocas mesas, disfrutando el uno del otro a la vez que dábamos rienda suelta a una de sus pasiones. Era un sueño, dejar nuestros respectivos trabajos y de esta forma pasar más tiempo juntos, que en el fondo era lo único que nos importaba.

De repente lo embargó un profundo sentimiento de tristeza y melancolía, y pensó que ella no querría verlo así.

No paró en la tienda, pasó de largo y se dirigió a casa. – Es hora de cumplir con uno de los sueños que nos propusimos. – Lo primero que hizo fue llamar a su amigo. – Hola John, cómo lo llevas. ¿Te importaría llevarme al aeropuerto? Si, ahora. Pues no lo se aún. Estupendo, en casa te espero.

Cogió su mochila donde metió una muda de ropa, el cargador de su iPhone, el Mac, una novela inacaba y su Moleskine.

Mientras esperaba a John, se sentó en una desvencijada mecedora que Vanessa restauró en su día y se fumó un cigarrillo mirando a su alrededor y pensando que con un poco de suerte tardaría en volver, es más, intentaría no hacerlo…

«Fire»

La adrenalina invadía su organismo, era algo inevitable, sólo la experiencia de varios lustros le hacía sentirse seguro, a pesar de no saber nunca lo que se iba a encontrar con exactitud y el haberse desecho de la inseguridad inherente de los primeros años como bombero.

El tren de salida ocupaba la calzada por entero y las trompetas sonaban estridentes llamando la atención de conductores y viandantes, derramando un ruido en la metrópoli que no auguraba nada bueno.

Ethan, su admirado jefe impartía unas mínimas instrucciones, advirtiendo del posible peligro y de que cuidáramos el uno del otro. Cientos eran las intervenciones que habían compartido juntos y estaba acostumbrado a ese ritual, se sentía responsable de la seguridad del grupo y repetía siempre los mismos consejos.

– ¡Estación 51 en el lugar del siniestro! Aquí vamos a necesitar la presencia de más efectivos.

Las miradas hacia el cielo, el edificio imponente, cincuenta y cuatro plantas, la situación que nunca querían que se diera, pero la realidad era otra y se había dado.

Las llamas ocupaban al menos tres plantas en torno a la cuarenta, era impresionante y espectacular para todos, a pesar de no ser el primer incendio al que se enfrentaban.

– ¡Vamos chicos, pongámonos las pilas! Me acaban de comunicar que tenemos al menos veinticinco personas en las plantas que están justo por encima del incendio.

– Esto va a ser una tarea ardua- pensaba Frank mientras terminaba de colocarse el verdugo y el casco, y sin poder de dejar de observar el magnífico rascacielos entorchado…

 

«Una ilusión, un sueño…»

En aquel pequeño café encontraba tanta inspiración que acudía casi a diario. Se sentaba siempre en la misma mesa, en un rincón del local, apartado de miradas curiosas, pero con la suficiente luz para escribir un rato mientras degustaba el magnífico expreso que servía Mario.

Este lo observaba mientras secaba vasos y copas a la antigua usanza, a la vez que pensaba convencido que aquel joven impetuoso y reservado algún día llegaría a ser un escritor famoso y aclamado.

No encontraba una explicación lógica, pero le era agradable tenerlo como cliente, aunque pocos beneficios económicos sacaba de sus visitas, ya que pasaba horas y horas sentado mientras consumía uno o dos cafés.

Con el tiempo habían entablado una incipiente amistad y el reservado aspirante a escritor de novelas policíacas, en contadas ocasiones le confesó sus sueños, sueños de un “músico loco” o “pintor bohemio”, sueños en los que sólo cabía negro sobre blanco, con la intención de transmitir intriga y pasión, acción y aventura, y por qué no, melancolía y tristeza, a sus futuros lectores.

Pobre iluso, pensaba Mario, aunque en el fondo le embargaba un sentimiento de envidia sana y complicidad.

– ¿Marco te apetece otro cafecito? La casa invita…

«Ahora o nunca»

El pasado no está, el futuro no existe, el presente es efímero. La vida es efímera, si, por mucho que nos empeñemos en planificar el momento que viene. Cierto es que no podemos evitarlo, y al hacerlo nos sentimos más seguro de nosotros mismos.

Vigilar el tiempo, calcular el espacio, controlar con quién compartimos dicho tiempo y dicho espacio, dirigir nuestros pasos hacia un destino que pensamos vivir lo mejor posible, con ilusión y sin problemas, si pudiera ser.

Si es verdad que reconforta y motiva, pero cierto es también que nuestro “sino” está escrito, nos aferramos a un pensamiento, a un halo de esperanza, a una fe religiosa…

El mencionado “sino” marca la meta insondable de lo que hay más allá de la vida, es decir después de la muerte.

¿Alternativa? Vivir el presente, el ahora, el minuto que se cumple con el paso de los segundos, el tiempo que podemos tocar, respirar, ver, saborear, oler… en definitiva, disfrutar de todo cuanto nos rodea.

¿Cómo? Saliendo siempre a explorar fuera de la “zona de confort”. Es allí donde encontraremos lo nuevo, el conocimiento de lo no rutinario, lo desconocido, esa “fe”, que hará del tiempo transcurrido, es decir, del pasado que se fue, un recuerdo grato, inmaterial, y muestra de enormes sensaciones, que seguro proyectará una sonrisa tonta y feliz en nuestro rostro.

¿Con quién? Preferiblemente con alguien que te quiera, alguien con quien compartir el espacio, el tiempo, ese recuerdo que se escapa del pasado para formar parte del presente.

«Un inesperado viaje»

La reina Hacinom tomó la decisión de mandar sus tropas a las tierras del sur para contener las hordas enemigas. Eran tiempos difíciles para gobernar un reino que poco a poco se estaba desmoronando.

La muerte de su amado esposo, el rey, Isaac “El incansable”, no hizo más que acrecentar una crisis monárquica y territorial, territorios, por otro lado, complicados de defender, puesto que sus diferentes enemigos apostados a lo largo de la frontera eran superiores en número y tecnología bélica.

Hacinom se metió en su armadura dispuesta a plantarse a lomos de su portentoso caballo en primera línea de batalla, junto a sus oficiales y soldados. Unidos defenderían lo que era de todos ellos, como proclamaba “El incansable”.

Tierras labradas y cuidadas por buena gente, trabajadora y honrada que merecía que una reina derramara su sangre en el fragor de una guerra, que como todas era injusta y cruel, cuyas consecuencias caerían a plomo sobre las vidas de los más débiles.

– Noelia, cariño. Despierta que estoy preparando café. Anda, que hace un día espléndido y tengo pensado un montón de cosas para hacer juntos. –

– Buenos días tito Carlos. Enseguida. Estaba teniendo un sueño como poco bastante extraño.- Le respondió su sobrina estirándose entre cojines y peluches.

– No sé como puedes dormir con tanta gente.- Bromeó su tío. Noelia esbozando una somnolienta sonrisa le preguntó que planes tenía en la cabeza.

– De momento desayunaremos en casa, si quieres te preparo tortitas con sirope. Después vamos a alquilar un coche.

– ¿Alquilar un coche?¿A dónde vamos a ir?…

Pasado, presente, futuro…

«Tengo un gran amor a España y una idea de España completamente negativa. Todo lo español me encanta y me indigna.

Creo que la mujer española alcanza una virtud insuperable y que la decadencia de España depende del predominio de la mujer y de su enorme superioridad sobre el varón.

Detesto al clero mundano.

El problema nacional me parece irresoluble, pero creo que se debe luchar por el porvenir y crear una fe que no tenemos.

Creo más útil la verdad que condena el presente, que la prudencia que salva lo actual a costa de lo venidero.

No hay más obstáculos que la hipocresía y la timidez.

No es una cuestión de cultura, se puede ser muy culto y respetar lo ficticio y lo inmoral. Es una cuestión de conciencia. La conciencia es anterior al alfabeto y al pan»

Antonio Machado

Relato 51.0

     La contienda se había recrudecido en los últimos días. Ya no recordaba cuantas horas consecutivas llevaba sin comer y sin dormir. El cansancio había pasado a agotamiento y el agotamiento a fatiga.

     Las órdenes eran claras y concisas, había que resistir, defender aquel bastión, aunque ello supusiera perder hasta la última gota de sangre. Palabras textuales del comunicado que emitió el Estado Mayor del Ejército.

    El Estado Mayor, militares de despacho con los hombros llenos de estrellas y el pecho repleto de metales. Que sabrían ellos de sangre, algunos ni tan siquiera habían pisado el fango de un frente bélico, no habían sufrido un ataque de morteros bajo un sol acuciante, nunca cruzaron miradas con víctimas inocentes de una guerra sin sentido, como todas, supongo. Chupatintas disfrazados de caqui y sentados en torno a un tablero de ajedrez, donde las figuras del centenario juego se transformaban en vidas humanas, para moverlas a su antojo en un macabro proceso en el que dicho juego pasaba a ser cosa de dioses que decidían el destino del hombre.

     El “enemigo” asediaba sin cuartel, la artillería bombardeaba de manera constante con obuses incansables y nuestra débil oposición se volvía inocua, a la espera de un inminente ataque por parte de la infantería.

    Esperando lo inevitable, con una resistencia casi nula y un apoyo aéreo que no llegaba, saqué lápiz y papel, para negro sobre blanco intentar esbozar un carta imposible.

    Mi querida esposa, mi amor… desde el rincón de mi trinchera, le diré que todo va bien, que pronto nos veríamos, que la echaba de menos, que la quería más que a mi propia vida.

            Todo iba bien, que ironía…

«Intemporal»

     Había estado aquí. Estaba completamente segura. O eso creía. Su impronta en forma de aroma era inconfundible. Su inseparable perfume con base de cítricos y esencia de cardamomo flotaba en el ambiente.

    El amor, la pasión, la entrega recíproca, la añoranza por una vida compartida, un robusto sentimiento… de tal intensidad que su mente corría soñadora e imaginativa en busca de lo físico, cual torrente de agua, a través de su sistema nervioso.

     Lo neurológico se enfrentaba a lo sentimental, lo corporal se oponía a lo emocional, vida versus destino , y por encima de sensaciones, y por mucho que se empeñara, él ya no estaba.

     Se había ido hacía tiempo ya, se fue, se lo arrebataron de entre sus brazos, con todo un mañana por delante.

   Las lágrimas derramadas mojaban levemente las páginas de la novela que en ese momento sostenía. – Samuel, te echo de menos… –

«Corrupción 1.0»

     Sentado plácidamente frente a la chimenea, Carlos leía la enésima novela negra que caía en sus manos, género del que disfrutaba con cada línea, a pesar de que muchos pasajes reflejaran a veces su complicada realidad.

     Como testigo protegido, el juez le sugirió, porque no pasó de ahí, que evitara durante una temporada seguir con su rutina habitual, así como los lugares que normalmente frecuentaba, y que si pudiera cogiera unos días libres en el trabajo.

     – Vaya mierda de sistema, – pensó Carlos cuando asistió a su última citación. No podía evitar una sensación de impotencia a la vez que indignación, por la forma en la que ente país se protege a los “testigos protegidos”.

    Era un caso de corrupción política flagrante, en el que la fiscalía disponía de cuantiosas pruebas, pero que no podría finalizar sin su declaración presencial en el juicio.

     Decidió entonces pasar un tiempo en su cabaña de la sierra, residencia poco habitual y que pocas personas conocían. Allí estaría tranquilo, sin televisión, ni cobertura telefónica, sólo un viejo transistor y varios libros en los que sumergirse.

     Cuando el protagonista del relato que leía, el detective privado Vázquez, un ex policía venido a menos, se disponía a desenfundar su arma, Carlos oyó un cercano crepitar, y no era precisamente el del fuego. El sonido venía del exterior y su cadencia podría compararse con unos pasos lentos y sigilosos.

     No pudo evitar que se le erizara el vello de su piel cuando percibió que el pomo de la puerta de su confortable morada se giraba lenta y silenciosamente…