Sonó el despertador y a duras penas abrió los ojos. Había dormido poco y las legañas se hacían enemigas del amanecer.
Por unos momentos pensó que todo había sido un sueño. La cena, el anillo, el si quiero, el hacer el amor como si no hubiese un mañana… Todo rozaba la perfección, y por otro lado pensaba que no era posible, y que en algún momento todo se truncaría. No malgastó mucho tiempo en aquellos pensamientos y decidió disfrutar del momento, que era muy hermoso.
Mark dormía plácidamente, apoyado sobre su lado izquierdo y mirando hacia el centro de la cama. Un hilillo de saliva le caía de la boca hacía la almohada cual estalactita de caverna calcárea. Aún así, tenía su encanto.
Pese al sonido de la alarma que dictaba la puesta en marcha de un día más, el inspector tenía la habilidad o el defecto, según se mire de no despertarse, era inmune a los despertadores, que gracia, se decía David, que esbozó una sonrisa al pensarlo, a la vez que lo besaba con cariño para después decirle en un susurro que iría poniendo la cafetera y que se metería en el baño para darse una ducha.
– Estupendo cariño, pero déjame cinco minutitos más –
David volvió a sonreír mirando de soslayo al que deseaba fuera el amor para el resto de su vida.
Antes de meterse en el baño, volvió a llamar a Mark y le dijo que el café estaba subiendo, y cuando salió, encontró a este sentado a la mesa de la cocina, periódico en mano, en calzoncillos, los ojos medio pegados, los pelos revueltos y con dos tazas de la aromática bebida recién servidas.
– Buenos día David. Me tomo el cafecito contigo y me meto yo en la ducha. –
– Me parece genial. Es lo mejor que puedo y quiero hacer ahora: compartir estos minutos contigo, aquí, en nuestro pequeño reducto al que llamamos hogar. – Y es que cada momento que vivía junto a Mark, a David le parecía un regalo, único, mágico, un tiempo que querría encapsular en una botella para que no se escapara jamás. Tiempo encorsetado entre paréntesis convexos que expulsaban todo lo negativo de la vida hacia fuera. Era increíble y echando la vista atrás, no muy lejos en la línea temporal, recordaba lo mal que lo pasó después de la ruptura con Samuel. Creía con todas sus fuerzas que no lo superaría, fueron momento duros y en los que no se imaginaba, ni por asomo, lo que el destino le tenía deparado.
G. Sayah