Acabada la paciencia del abogado, los invitó a que se marcharan y que no volvieran, salvo que la visita viniera acompañada con una orden de registro.
De camino a comisaría, ya en el coche y sumidos en un silencio pensativo, ambos tenían la sensación, más que la certeza, de que lo anotado en el post-it tendría más relevancia para el caso que cualquier otro aspecto técnico.
El estómago de Mark rompió aquel silencio pidiendo a gritos algo que comer. Jones soltó una carcajada al oír el estruendo intestinal y le propuso comer algo en un pequeño restaurante italiano que regentaba un viejo amigo suyo. – Está bien, por mi perfecto. Me muero de hambre. – Dijo Mark riéndose de si mismo.
Situado en Little Italy, como no podía ser de otra forma, el local era pequeño pero acogedor. El cocinero, Anthony, salió a saludar a Jones de manera efusiva, y con un tono de confianza plena, le hizo saber que no podía pasar tanto tiempo entre visita y visita. Jones asintió con la cabeza dando a entender que su chef favorito tenía razón, a la vez que le agasajó con un par de piropos relacionados con las habilidades culinarias de este.
Nuestra experimentada pareja de inspectores cruzaban anécdotas pasadas de cuando aún no eran compañeros, compartiendo una ligera ensalada a la espera de que Anthony les pusiera por delante unos espaguetis con albóndigas, especialidad de la casa, que regarían con un buen tinto siciliano. No se trataba de un plato diferente, pensó Jones, pero nadie podía resistirse a todo un clásico de la cocina italiana, más aún, con el toque personal del cocinero calabrés.
La inspectora aprovecho los segundos de silencio que se produjeron cuando le sirvieron el vino para cambiar de tema, diciéndole a su compañero qué si le podía hacer una pregunta personal.
– No te puedo decir si o no, si no conozco el contenido de la cuestión, ¿no te parece? – Argumentó Mark a la propuesta de Jones, guiñándole un ojo. – Aún así voy a dejar que me preguntes lo que quieras. Anda de qué se trata. –
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