Serie 81.0

Andy pensaba que no había motivo para que el joven hacker se anduviera con tanto misterio, pero dando por seguro que había sido él quien había dejado el paquete en su puerta, respetaba su manera de proceder.
– Quizás la información que hay aquí dentro lo obliga a ello. – Se dijo mientras observaba el pen drive que venía en la anónima entrega.
Traje y zapatos negros, camisa blanca, con el dispositivo en un bolsillo, se colocó en el cinturón su inseparable revolver y agarró su imprescindible iPhone. Decidió que analizaría la información de la memoria portátil en un cibercafé, un lugar neutral – por si las moscas – se dijo. Su instinto le dictaba que era lo mejor y no sabría explicar por qué.
Apenas tardó diez minutos en llegar al ciber más cercano a su apartamento. Pidió un café doble y se sentó delante de uno de los jurásicos ordenadores.
No tardó ni un minuto en darse cuenta de la bomba de relojería que tenía delante. Paradoja, pero era realmente increíble. La información que la pantalla de aquel viejo PC le estaba mostrando no tenía desperdicio: cifras, nombres, pagos, ingresos en cuentas opacas, movimientos en paraísos fiscales, una agenda meticulosamente detallada de acciones, encargos, reuniones con sus correspondientes anotaciones sobre lo decidido en ellas… todo encaminado a un lucro descomunal y traspasando los límites que marcaba la ley en el más amplio sentido de la palabra.
Todo demostraba un comportamiento mafioso y delictivo por parte de V&B Enterprise. En el campo de la farmacología, manipulaban fórmulas medicinales, retenían lotes de vacunas a la espera de un brote que disparase la demanda, brote que ellos mismos provocaban.
En el terreno armamentístico, tenían la capacidad de influir en gobiernos para aumentar sus ventas, untando a políticos y altos cargos con suculentas comisiones. El conglomerado, según se deducía de los renglones que iba escrutando, era incluso capaz de originar conflictos bélicos en países casi desconocidos para el ciudadano de a pie. Países formados por multitud de grupos tribales a los que ellos mismos le suministraban las armas y la formación militar a través de empresas satélites, incrementando así unos beneficios que superaban fácilmente los ceros que Andy era capaz de imaginar.

Después de más de una hora y un largo etcétera de ‘negocios’, que, supuestamente Lisa descubrió y por lo que habría sido asesinada, le dio un último sorbo a su ya frío café, se reclinó sobre el respaldo de la silla, respiró hondo, y con los ojos cerrados pensó…
– Y ahora, que coño hago. –
G. Sayah
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