Era de los pocos investigadores privados honrados que quedaban en la ciudad. Esa noche se propuso vigilar los pasos de una esposa infiel a la que le atraían los jovencitos. Su marido había contratado la semana antes sus servicios y aunque los casos de infidelidades matrimoniales no le motivaban demasiado, comer había que comer, y las facturas no se pagaban solas. Por cierto, ese mes ya estaba la cuenta en números rojos.
Y es que el mercado detectivesco estaba en horas bajas, y no por falta de corruptos, delincuentes, chorizos y energúmenos en general, sino por que la clientela no era muy buena pagadora, tratando esta dura profesión de manera poco respetuosa.
Se dio cuenta enseguida de que aquello sería fácil y rápido. Mary, la esposa infiel salió de casa sobre las once de la noche y en la misma esquina del edificio en el que vivía la infeliz pareja, le esperaba un individuo en el interior de un Ford gris antracita.
– Sospecho que mi mujer me engaña – me comentó el cornudo marido. Era una pena. Estaría seguro de ello, pero tal vez albergaría una mínima esperanza de que no fuera cierto – Ahí está el verdadero motivo por el que solicitan mis servicios en estos casos. Busca el marido fiel y enamorado que esas continuas salidas nocturnas de la mujer inquieta y apasionada se dirijan hacia donde ella en un principio dice: cariño, esta noche tengo guardia. Si, por supuesto, guardia, en la habitación 507 del Solita Soho Hotel… –
– En ese preciso instante se esfumaron dichas esperanzas de un marido de los que ya quedaban pocos. Pero bueno, sino fuera así yo no haría caja, y estos pocos dólares le alegrarían el día a mi socia, Penny… –
– Terminé de tomarme un café que me sirvió una agradable camarera con rasgos asiáticos en la cafetería que había enfrente del Solita. Estaba deseando llegar a mi apartamento para dormir un rato y justo al subirme en mi desvencijado Golf del año 79, recibí un mensaje de mi compañera – te esperan en el despacho, tenemos un nuevo caso… –
g-sayah
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