Aquella mañana Robert Fox hizo un paréntesis en el trabajo para hacerle una visita a un viejo amigo. Una visita que podría calificar de urgente y obligada, dada la intranquilidad que le embargaba, y la falta de ideas que tenía ante su actual situación personal.
– Él sabrá qué hacer. – Se decía mientras subía los peldaños que jalonaban aquel edificio de oficinas municipales. – Y además, me debe un par de favores, por lo que no podrá negarse a prestarme ayuda. –
Eric Larsson lo esperaba en su despacho. De padres suecos, no tenía nada en común con ellos. Amantes de las buenas formas, educados a más no poder, comprometidos con el medio ambiente y adelantados a su tiempo, trabajadores y a la vez hábiles en disfrutar del tiempo libre, poseedores del aquel gen viajero que pocas personas tienen y que hasta poco antes de morir, lo exprimieron al máximo. Se fueron con una espina clavada, y es que no supieron o no pudieron que todos estos valores calaran en su único hijo, el cual, desde muy temprana edad, se desvió, sumergiéndose en turbios negocios que lo hicieron rico de la noche a la mañana, para finalmente recalar en política, terreno que le era más propicio aún para seguir enriqueciéndose, ilícitamente, por supuesto.
Su secretaria le anunció la visita. – Señor Larsson, el señor Fox acaba de llegar. –
– Gracias Mary, dile que pase. –
g-sayah