De pie, con la mirada fija y perdida a través del gran ventanal por el que se divisaba parte del downtown neoyorkino, Robert Fox se devanaba los sesos intentando poner en claro qué podría hacer ante lo que acababan de confirmarle.
Un detective privado, amigo de un amigo, eficaz y discreto según este, parco en palabras, abandonó su despacho dejándole un sobre con el material concerniente al encargo que le pidió que hiciera unos días antes.
Algunas fotografías y un escueto informe. Las imágenes hablaban por sí solas y no dejaban lugar a dudas…
G. Sayah