Relato 123.0
Ignacio, ahora Nacho, había cambiado, era otra persona, diferente, que supo hace tiempo tomar una decisión.
Asfixiado e incomprendido, estaba sumido en un estado de melancolía permanente. Su pueblo natal no supo aceptarlo en ningún momento tal como era, tal y como se merecía, ni más ni menos. Era diferente, no encajaba.
En Nueva York halló lo que buscaba. Libertad de movimiento, lejos de miradas inquisidoras, encontró aire, un aire que le permitía respirar para combatir aquella asfixia metafísica que provocan los lugares encapsulados en el tiempo, donde las modas y el progreso llegan con un retraso de medio siglo, la gente se entretiene con la vida de los demás y un pensamiento distinto altera la paz atávica y zafia de la comunidad.
También encontró el amor, un amor que en aquel pueblo era cuanto menos reprobable, rozando lo prohibitivo. Sus padres nunca lo entendieron, lo que no evitó que el hecho de que no le gustaran las chicas, no supusiera que la familia cayera en desgracia social. Una desgracia que bien podía habérsela apropiado él por completo, pero el ser humano es cruel, y se ensaña con cualquiera y por cualquier motivo, y esta vez le tocó a su gente, lo que agravó su malestar y tristeza.
Todo, precipitó su huída, suponiendo que de esa forma solucionaría algunos de aquellos problemas, y que la situación se relajaría notablemente, pero hasta ahora, la comunicación epistolar con sus ascendientes no era muy halagüeña.
Pues sí, encontró el amor, y eso le hacía feliz. ¿No era eso lo que todo el mundo buscaba? ¿Felicidad? La balanza se decantaba, y la decisión en su día de abandonar su arcaica villa fue difícil pero acertada…
Otros derroteros.
Ciudad granítica y adusta,
me viste llegar,
me ofreces soñar.
Sueños anhelados
en lugares imposibles…
G. Sayah
Muchos no somos profetas en tierra propia… Me ha gustado mucho esta entrada! 🦋
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Muchísimas gracias…
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