Una vez terminado el café, dobló el periódico dejándolo en la mesa, se puso las gafas de sol, cerró los ojos y se dedicó por unos minutos a no pensar en nada, a relajarse, a absorber los destellos del astro rey y a escuchar los sonidos de su alrededor, sonidos que le traían muy buenos recuerdos.
Pasada más de media hora en la que logró alcanzar una reparadora tranquilidad, mental y física, decidió que era momento de irse. Dejó unas monedas en el plato donde el camarero le había traído la cuenta, propina incluida por supuesto, y se dirigió a la cabina telefónica que había en la esquina. Introdujo algunos euros por la ranura correspondiente, a la vez que pensaba que poca gente hacía ya uso de los teléfonos públicos, y que poco a poco estaban desapareciendo del paisaje urbano. Marcó el prefijo estadounidense y el número en cuestión, y tras dos tonos de llamada una voz femenina le contestó con unos dulces ‘buenos días’.
– Buenos días, páseme con él’. –
De nuevo dos tonos. – Hola amigo mío, ¿cómo ha ido todo al otro lado del océano?. Seguro que ha podido resolver los asuntos que tenía pendiente. Lo digo por que la prensa esta mañana está que arde. Aunque a lo mejor usted no tiene nada que ver. –
– Si. Todo ha ido bien. Todo perfecto. El plan salió como se esperaba y el resultado satisface a los que me pagan.
– Me alegro. Espero entonces su llegada para concretar como vamos a terminar de solucionar lo nuestro. Espero que su labor sea igual o más eficiente que hasta ahora, y no lo digo porque lo esté haciendo mal, todo lo contrario, sino porque estoy convencido de que sus habilidades harán que el final aquí sea garante de éxito. No me cave la menor duda. –
– Me alegra que piense así. Le veo mañana. –
– Perfecto. Hasta mañana entonces. –
Colgó el teléfono y se montó en la Vespa que había alquilado días antes y que tenía aparcada allí mismo.
A un par de calles del café estaba el hotel donde se alojaba. No tardaría mucho en llegar, por lo que decidió dar un rodeo para disfrutar unos últimos instantes de las romanas calles antes de subir a su habitación.
Una vez allí, encendió un cigarrillo y se lo fue fumando mientras preparaba el ligero equipaje del que disponía para esos casos, con la intención de dejar el país esa misma tarde con destino a Nueva York.
G. Sayah