Con los pies a remojo mientras pescaban, madre e hija compartían un silencio embriagador, roto solamente por el zumbar de las cigarras. El calor sofocante y pegajoso no daba tregua en aquel verano del noventa y tres, y gracias a la sombra de un pinsapo y el agua fresca que bajaba tintineante de la serranía, podían aguantar el tipo mientras esperaban pacientes que alguna trucha picara.
– Mamá. –
– Dime amor mío. –
– ¿Te acuerdas de la primera vez que papá nos trajo aquí…? –
G. Sayah