La novela se le escurrió de entre las manos y sin darse cuenta cayó en los brazos de Morfeo.
Llegó a casa después de una duro día de trabajo. Cansado y hambriento, su olfato se excitó con los aromas provenientes de la cocina. Su madre se afanaba en preparar “el guiso”, con cariño, rodeada de pucheros y especias.
– Hola mamá, qué tal el día. –
– Muy bien hijo, ¿y el tuyo? –
– Soporífero, ¿comemos? –
– Enseguida. –
Un extraño ruido lo despertó mientras los olores aún permanecían en su mente…
G. Sayah