Ismael era un chico icástico, de naturaleza sencilla y personalidad transparente. Consciente de que llevarse bien con todo el mundo era imposible, lo intentaba y le hacía sentirse bien. Eso sí, a los que no le querían bien, prefería no tenerlos cerca.
Tenía pocos amigos, sin embargo presumía de ellos y profesaba un gran cariño por cada uno, era agradable.
No podía dejar de esbozar una sonrisa cuando le venía al pensamiento el recuerdo de su infancia. Con apenas nueve años, jugaba a las canicas en su antiguo barrio, por entonces sin asfalto ni acerados, inundado de casas desiguales y a medio construir.
Las calles de un albero amarillento, estaban repletas de agujeros y piedras, por donde se formaban grandes surcos cuando llovía para que el agua corriera cual manantial de primavera.
Era con Pablo con quien más compartió esa etapa, con quien compartió los primeros secretos, los primeros desengaños amorosos con las chicas, las primeras cervezas, los primeros suspensos, los primeros cigarrillos robados y fumados a escondidas…
Hoy en día, esa amistad todavía perdura, le ayuda a superar malos momentos, le hace reír, consigue que no pierda la memoria, anima su futuro, le transporta a esa adorable infancia encadenada a la pubertad y después a la adolescencia, con unos eslabones fuertes y resistentes forjados en una fragua rebosante de sinceridad, respeto y amor…