«Hace algún tiempo…»

            Ismael era un chico icástico, de naturaleza sencilla y personalidad transparente. Consciente de que llevarse bien con todo el mundo era imposible, lo intentaba y le hacía sentirse bien. Eso sí, a los que no le querían bien, prefería no tenerlos cerca.

            Tenía pocos amigos, sin embargo presumía de ellos y profesaba un gran cariño por cada uno, era agradable.

            No podía dejar de esbozar una sonrisa cuando le venía al pensamiento el recuerdo de su infancia. Con apenas nueve años, jugaba a las canicas en su antiguo barrio, por entonces sin asfalto ni acerados, inundado de casas desiguales y a medio construir.

            Las calles de un albero amarillento, estaban repletas de agujeros y piedras, por donde se formaban grandes surcos cuando llovía para que el agua corriera cual manantial de primavera.

            Era con Pablo con quien más compartió esa etapa, con quien compartió los primeros secretos, los primeros desengaños amorosos con las chicas, las primeras cervezas, los primeros suspensos, los primeros cigarrillos robados y fumados a escondidas…

            Hoy en día, esa amistad todavía perdura, le ayuda a superar malos momentos, le hace reír, consigue que no pierda la memoria, anima su futuro, le transporta a esa adorable infancia encadenada a la pubertad y después a la adolescencia, con unos eslabones fuertes y resistentes forjados en una fragua rebosante de sinceridad, respeto y amor…

Relato 51.1

            Un sonido infernal llegó a mis oídos. Sin lugar a dudas eran cazabombarderos. La pregunta era: ¿se tratarían de los nuestros o de los suyos? Un escalofrío me recorría la espina dorsal junto con una intranquilidad lógica ante la segunda posibilidad.

            Me apresuré a guardar en el interior de mi sucia chupita mimetizada el trozo de lápiz y la misiva que le estaba escribiendo a mi amada esposa para afrontar lo que sería un nuevo episodio de aquella cruenta e inútil guerra.

            Una voz proveniente del extremo de la trinchera en la que me encontraba informó extraoficialmente de que los aviones eran nuestros, lo que supuso un alivio para el reducido personal de infantería que resistíamos estoicamente en aquel oscuro y enfangado lugar.

            Un par de minutos después, el teniente Ryan nos informaba de que las órdenes habían cambiado, que no sólo teníamos que hacernos fuertes y aguantar la posición, sino que debíamos tomar una pequeña colina situada al noroeste, a unos escasos quinientos metros, donde el enemigo disponía de un puesto de mando avanzado.

            – ¡Una vez el apoyo aéreo haga su trabajo, atento a mi señal! – Gritó el teniente, alzando el brazo para hacerse ver y seguro de sí mismo y de sus huestes.

            Los pesados y negros pájaros de acero comenzaron a soltar enormes bombas delante de nuestras mismas narices. El sonido infernal pasó a ser música celestial a mis oídos, tras el temor inicial y la complicada situación en la que nos encontrábamos desde hacía ya varios días.

            El asalto a aquel bastión enemigo no sería nada fácil, tendríamos numerosas bajas, de ahí la cara de preocupación de nuestro oficial. Ya quedábamos pocos.

            El montículo presentaba unos salientes que a todas luces serían ametralladoras MG 42 camufladas y dispuestas a liquidar todo aquello que se moviera en su radio de alcance.

            Rodilla en tierra y “chopo” terciado me encomendé a un dios en el que no creo, supongo, esperando órdenes con el deseo y poco convencimiento de seguir viviendo un día más…

Relato 52.0

           El invierno era duro en Fjällbacka. Días cortos de luz solar y un frío permanente que te calaba hasta los huesos. Un frio que hacía imprescindible y protagonista a un buen sistema de calefacción para tener un hogar confortable, al igual que buena ropa de abrigo para poder salir a la calle, pese al papel suavizador de temperaturas que ejercía el mar en aquel bonito pueblo costero.

            Carlos no acababa de acostumbrarse, y ya habían pasado varios años desde que dejó aquel país mediterráneo y casi tercermundista. Este clima gélido no le haría cambiar este lugar tan maravilloso e ideal para llevar un estilo de vida bastante aceptable, por no decir completamente acertado.

            Por su parte Erik, oriundo de la ciudad costera, acababa de levantarse, y se tomaba un café bien caliente mientras ojeaba el periódico, sentado en su confortable sillón de lectura frente a la chimenea, que empezaba a crujir y a desprender ese característico olor a madera quemada.

            Estaba dispuesto a disfrutar de su primer día libre después de semanas sin parar de trabajar, y es que últimamente y de manera anormal, el número de homicidios que habían acaecido en Fjällbacka aumentaron terriblemente, máxime si se tenía en cuenta que su población apenas si superaba los mil habitantes. Con los datos en la mano, la proporción era elevadísima.

            Como detective le preocupaba enormemente, aunque albergaba la esperanza de que el asesino en serie que estaba actuando en tan breves intervalos de tiempo cometiera algún error que propiciara su captura, ya que los habitantes de este acogedor lugar de veraneo sueco comenzaban a sentirse un tanto atemorizados.

            – Esto parece Cabot Cove, y yo, Jessica Fletcher,- se decía mientras ojeaba la portada del diario, en el que aparecía la noticia del enésimo asesinato ocurrido, al tiempo que su teléfono comenzó a sonar…

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